jueves, 22 de marzo de 2012

Geografía e Historia Luis García Montero

 Geografía e Historia

Luis García Montero

Los desmanes del poder suelen apoyarse en los malentendidos entre la geografía y la historia. A las ambiciones ideológicas particulares se les coloca un nombre geográfico y, desde ese momento, todo se justifica en nombre de una falsa unidad natural o social. Los niños que crecimos bajo la dictadura franquista nos acostumbramos al sacrificio por el bien de la Patria.
 Todo por la Patria, se afirmaba en la entrada de los cuarteles de la Guardia Civil. Como la nación entera se parecía mucho a un cuartel, todo el mundo desfilaba al ritmo militar de la palabra España. Después del Misterio de la Santísima Trinidad, llegaba la trinidad marcial de España: una, grande y libre. No puede decirse qué trinidad era más enigmática, si el milagro divino de reunir tres personas en un solo Dios verdadero o el número de magia de definir a la España de Franco como una comunidad unida, grande y libre.

La geografía es invocada de forma insistente cuando se quieren borrar las diferencias históricas. La palabra España no aludía entonces a la variedad de ciudadanos, clases sociales, economías y pensamientos surgidos en el interior de las fronteras españolas. Defender España era más bien defender los intereses de sus dueños.

La geografía así utilizada tiende a convertir la responsabilidad social en sacrificio y el compromiso en una condena a la obediencia. Los deseos de la superioridad son leyes de obligado cumplimiento, algo tan natural como la lluvia, el frío, el calor o las necesidades corporales. Si España lo exigía, era imprescindible entrar en el retrete. Tener opiniones e intereses propios suponía un acto de traición, algo relacionado con la antiEspaña. Una larga tradición de afrancesados, masones, judíos y comunistas había reunido a los traidores de diversa ralea opuestos a la dignidad española. No es que mantuviesen un criterio, es que habían nacido como monstruos antinaturales para ofender a España.
Tal vez los niños de ahora estén sufriendo la palabra Europa con la misma crueldad. Lo manda Europa, lo exige Europa, es un acuerdo de Europa… ¿Y qué es Europa? Pues la voluntad de los dueños de Europa, que no son los ciudadanos. Cuando habíamos conseguido borrar un poco la geografía de España para tomarnos en serio su historia, cuando habíamos aprendido a respetar los distintos intereses de las personas, las clases y los territorios que conviven en la palabra España, llega Europa y nos devuelve de lleno al esencialismo. Afirmar que tal medida la impone Europa es tan estúpido como identificar a España con una opinión de la derecha, la izquierda, los obispos, los banqueros o los sindicatos.
Si en un mundo globalizado cualquier decisión puede vivirse ya como un asunto interno, en el caso de la Unión Europea los mecanismos de confusión entre la geografía y la historia han alcanzado extremos muy peligrosos para la democracia. La política europea no la decide una abstracción llamada Europa, sino unos gobiernos con intereses particulares. Resulta imprescindible politizar la palabra Europa, cambiar la fatalidad natural por el debate ideológico. Los mandamientos del neoliberalismo alemán y de la Comisión Europea, la política económica que está empobreciendo a los ciudadanos a favor de una acumulación salvaje de capital, no son demandass geográficas, sino decisiones de tecnócratas que trabajan al servicio de los poderes financieros.
La globalización económica ha llevado el juego de la geografía y la historia a un extremo que hace imposible la soberanía cívica. Si los ámbitos públicos y el Estado no crecen al mismo tiempo que las redes económicas, la palabra democracia pierde su realidad geográfica y su historia. Y eso es lo que está ocurriendo para descrédito de la política, protagonizada por personajes deshabitados, muertos vivientes, figurones que hacen el don Tancredo. Van y vienen con cara de tontos, sin voluntad de intervenir como representantes públicos en los verdaderos núcleos de decisión.
El caso español siempre tiene un plus de tristeza. Hemos pasado no sin transición, sino con una muy mala Transición, del Todo por España al Todo por Europa. Los herederos del franquismo aprovechan la crisis para borrar los acuerdos sociales conseguidos por la fragilidad de la izquierda, vuelven a la geografía y llaman antiespañoles a los que se atreven a disentir de Europa. A este paso serán afrancesados todos aquellos que critiquen las ideas del presidente francés Nicolás Sarkozy. Puede parecer absurdo, pero a otras mezquindades peores hemos llegado. Ahora, por ejemplo, son tratados como antidemócratas los ciudadanos que intenta recordar a los luchadores que dieron su vida por la libertad. Las víctimas del franquismo parecen un problema para la democracia. Aquí hemos hecho una Transición tan modélica que sólo ponen en peligro el espíritu democrático aquellos que critican a un dictador. El verdadero demócrata es el que participa con lágrimas en los funerales de un ministro fascista.
Luis García Montero
Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica.

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